Essaouira, la perla del Atlántico

Tras los bastiones de la Skala y los altos muros de piedra desgastada de sus murallas, eternos vigilantes del océano, se extiende una villa mestiza y tranquila, cuyas calles parecen trazadas a cordel, algo extraño en una medina marroquí. Para muchos, Essaouira es una de las ciudades más bellas de la costa atlántica. 
Texto y fotos © Maribel Herruzo

Murallas de Essaouira © Maribel Herruzo

Hay ciudades que parecen ubicadas en un lugar de la memoria más que en los mapas, que regalan sensaciones incluso antes de ser visitadas, solo con oír su nombre. Essaouira pertenece a esta categoría, tal vez por ello al viajero le resulten familiares sus calles, aunque nunca antes las haya pisado, porque en ellas se respira cordialidad, frescura y un cierto aire mediterráneo, a pesar de estar situado en la costa atlántica. Los muros de sus casas y  murallas desprenden un aroma que afianzan esa sensación, la de una ciudad abierta y respetuosa con quienes llegan de lejos, con quienes aportan nueva savia. Orson Wells debió intuir algo de todo esto cuando decidió rodar aquí en 1950 algunas de las escenas de su película “Othello”, como la impresionante panorámica de las murallas que abre este film. Essaouira, agradecida por una elección que le proporcionó fama y prestigio, dedicó al director una plaza y una estatua fabricada con uno de los elementos más característicos de la zona: la madera de thuya.

Puerto de Essaouira © Maribel Herruzo



No fue Wells el único embajador involuntario de la antigua perla del Atlántico. En los años 60 fueron los músicos los que se acercaron a ella, algunos tan famosos como Jimmy Hendrix o Cat Stevens, del que se dice que fue aquí donde abrazó su nueva fe musulmana. Y tras los músicos llegaron los pintores, los escritores, los actores de teatro, los escultores y todos aquellos que sentían que Essaouira era, más que un lugar terrenal, una inspiración para el espíritu. Un espíritu que nació mucho antes, cuando Essauira era Mogador y estaba en manos de los portugueses, que hicieron de ella el primer puerto comercial y militar de la costa atlántica africana, allá por el siglo XV. Más tarde, y tras perder los lusos el control de la ciudad, en 1765 el sultán Sidi Muhamed Ben Abdallah decidió que aquel lugar en declive se convertiría de nuevo en el orgullo de la costa. Contrató a un arquitecto francés, Thèodore Cornut, para que rehabilitara las calles de una ciudad desordenada como tantas y éste diseñó un trazado único en Marruecos, lógico y racional como una mente gala. Las calles de la medina de Essaouira no se parecen a los laberínticos zocos de otras ciudades marroquíes, sino más bien a un ensanche barcelonés, eso sí, sin tráfico rodado, con edificios de escasa altura, pequeñas plazas salpicando su estructura y un deslumbrante color blanco con destellos de azul añil en sus puertas y ventanas. 
 
Calle de la Medina © Maribel Herruzo
Fue este mismo sultán el que abrió la puerta a comerciantes de todos los credos y lugares, y así fue como judíos y cristianos se asentaron en una ciudad  en la que, durante un tiempo, convivieron en armonía distintas religiones, culturas y tradiciones, tal vez la base de ese respeto actual que no deja indiferente a quien la visita. Para hablar de su importancia como puerto comercial están los ocho consulados europeos que se abrieron en aquellos tiempos y que solo abandonaron Essaouira cuando Casablanca empezó a robarle el puesto, entrado ya el siglo XX.

A falta de grandes monumentos, la Medina, declarada patrimonio de la humanidad por la UNESCO en el 2001, es un calidoscopio de colores, olores y sonidos que apenas ha cambiado con el transcurrir del tiempo. Las pequeñas barcas que inundan el bullicioso puerto mantienen su intenso color azul, y los cañones de metal macizo que guardan la Skala siguen apuntando a un más que improbable enemigo que llegue desde el mar. El olor a pescado impregna la Puerta de la Marina, desde la que puede observarse en todo su esplendor las murallas que rodean la villa, y los cientos de gaviotas se siguen arremolinando alrededor de los restos de pescado que los marineros olvidan en las rocas tras una tarde de venta. 
  
Calle comercial de la Medina © Maribel Herruzo


Las calles, con su trazado ordenado, permiten al recién llegado iniciar caminatas sin rumbo preciso sin el temor angustioso de perderse, pues estas calles repletas de actividad comercial siempre llevan a algún lugar con colores y sonidos: el mercado del grano, el de las especias, la pequeña plaza Chefchaoni, el zoco Jedid con sus diminutas tiendas de artesanía encaramadas sobre escaleras de piedras y escondidas tras sus arcos... incluso aquellas calles de aspecto más sencillo, las que recorren en paralelo la muralla, descubren un mundo tranquilo donde sastres, tintoreros, herreros, carpinteros y pintores conviven puerta con puerta. La estrechez de los talleres y tiendas saca a la gente a la calle, y es ahí donde la vida fluye sin prisas. No conviene aceptar todas las invitaciones a un té a la menta si queremos visitar la ciudad al completo, pero sí dejarse llevar por algunas de ellas, charlar sin apuro y esperar, como todos, al atardecer para pasear hasta la plaza Moulay Hassan y desde allí ver como el sol se esconde tras las islas Mogador. Esta misma plaza, repleta de terrazas y gentes que pasean, es el escenario del “Festival Gnaoua y músicas del mundo” que se celebra cada verano y que reúne a algunos de los mejores músicos africanos del momento. 

Musicos callejeros en la plaza Chefchaoni © Maribel Herruzo

Hay mucho más en esta pequeña ciudad sin apenas monumentos, pero hay que descubrir las cosas poco a poco, dejarse llevar, algo que aquí es sencillo y nada arriesgado. Y aunque suene a tópico manido, la gente de esta villa, sus habitantes, son uno de sus mayores valores, y vale la pena compartir algo de nuestro tiempo con ellos. Para que el intercambio que empezó hace siglos siga funcionando.

Aziz © Maribel Herruzo
Como ejemplo, Aziz,  un comerciante que posee una pequeña tienda de artesanía bereber en la plaza de las especias, solicita, al ver mi cámara al cuello, una foto de su hijo para colgarla en su tienda. Cedo a su petición porque Aziz  tiene los ojos de la gente honesta, y me devuelve lo que él entiende como un gran favor invitándome a comer y ejerciendo de guía durante casi un día entero por las calles más alejadas del circuito central. Charlamos en una media lengua que mezcla el francés, el árabe y el castellano, y su hijo Zacarias y Andrés, mi compañero de viaje, participan de la reunión. Al cabo de unos meses envío las fotos de Zacarías, su hijo, con unos amigos que visitan la ciudad. Y el milagro de la hospitalidad y el intercambio vuelve a producirse: los mensajeros se convierten en invitados a los que se agasaja como muestra de agradecimiento indirecto hacia aquella viajera que un día se detuvo aquí a compartir unas horas. Eso es Essaouira, es parte de su carácter, de su idiosincrasia, de su historia. Y aunque sea bueno mantener ciertas dosis de escepticismo o desconfianza, en ocasiones no hay nada mejor que dejarse llevar por el instinto y disfrutar de lo que nos ofrece el viaje. Al menos yo no sé viajar de otra manera.
Guía de Essaouira
Como ir: Vueling, Iberia, Easy Jet y Royal Air Marroc tienen vuelos directos a Marrakech desde Madrid y Barcelona. Desde allí puede tomarse un autobús (unas tres horas de viaje para 175 km.) o un taxi, que tardará una hora menos.
Clima: su clima es de tipo árido pero con influencia de las corrientes frías que llegan desde las Canarias, con lo que se forma un microclima que mantiene la temperatura en una media que va de los 17 º  a los 27 º. Incluso en verano conviene llevar algo de abrigo para las noches.
Moneda: el dirham. (1€ = 11 dirhams)
Formalidades de entrada: los ciudadanos españoles necesitan el pasaporte.
Cómo moverse: por la medina no se permite el tráfico rodado, excepto bicicletas y carros. Para moverse por la ciudad nueva lo mejor son los “petits taxis”, muy baratos, aunque conviene negociar los precios antes de subirse en ellos. También se puede alquilar un coche para moverse a los pueblos y playas cercanos, e incluso realizar alguna excursión a Marrakech, Agadir o Safi. El autobús también realiza esas mismas rutas, aunque es algo lento y muy caluroso en verano. 

Playa de Sidi Kaouki © Maribel Herruzo
Qué ver y qué hacer: la Skala del puerto y de la villa, asomadas ambas al mar y recorridas por una impresionante colección de cañones de metal macizo de los siglos XVIII y XIX.  Las calles adyacentes a la muralla agrupan a numerosos pintores y artesanos de la madera de tuya.  No hay que perderse las variadas plazas y mercados de la Medina, las distintas puertas de entrada a la ciudad, la plaza Orson Wells (para los mitómanos) ni el puerto, sobre todo al caer la tarde. Para quienes prefieran las playas, la mejor está a solo 27 kilómetros hacia el sur, Sidi Kaouki, paraíso de surfistas. Se pueden alquilar dromedarios para pasear por las dunas. El atardecer es un buen momento para visitar alguno de los numerosos hammanes, donde se ofrecen también masajes. A pocos kilómetros de Essaouira en dirección a Agadir abundan las cooperativas de mujeres que fabrican el aceite de argán y algunas de ellas  pueden visitarse. (dedicaré otro post a este tema) 

Compras: aunque se encuentran muchas de las piezas que se ven en todo Marruecos, como alfombras, especias, tajines decorados y joyas de plata, la artesanía más autóctona se centra en los objetos de madera de tuya, las lámparas de piel tintadas, las babuchas y bolsos que combinan cuero y rafia de colores y los gorros de lana. También vale la pena comprar algunas pinturas de artistas locales. El aceite de argán, usado para cosmética y para cocina, se prepara en las cooperativas cercanas.


Gastronomía: lo mejor, el pescado. En la misma plaza Mulay Hassan, junto al puerto, numerosos restaurantes tipo chiringuito ofrecen mercancía fresca y de calidad. En el mercado del pescado hay dos únicos restaurantes donde se cocina lo que el cliente ha comprado previamente en la plaza, ofreciendo la guarnición, la ensalada, pan y bebidas. 

Dónde dormir: Essaouira permite tantas opciones como bolsillos haya. Desde lujosos riads a sencillas casas alquiladas por días a grupos de amigos más numerosos, pasando por campings y villas. Entre los primeros, podemos recomendar el hotel Des Îles donde cuentan que se alojaba habitualmente O. Wells. El Villa Maroc  es uno de los más bellos hoteles de la ciudad. El camping está junto a la playa de Sidi Kaouki. Para las casas particulares, lo mejor es preguntar en algún negocio o en la oficina de turismo.
Oficina de Turismo de Marruecos: Ventura Rodríguez, 24 - 1º Izda., Madrid  Tel.: 91 541 29 95 www.essaouira.com / www.essaouiramarruecos.com  

Un joven culé en la Medina de Essaouira © Maribel Herruzo

Barcelona-Marrakech con Vueling.com





No hay comentarios: