Esta es una de esas historias de gente que te encuentras por ahí y que por unos minutos comparte cosas contigo.
El tipo de la fotografía se llama Dan Sjomerg (eso escribió con su ininteligible letra en mi libreta), aunque todo el mundo le conoce como Danski. El apodo se lo puso un marinero danés que conoció cuando él tenía sólo 6 años y muchas ganas de aprender a hablar la lengua de aquel hombre barbudo que lo había dejado alucinado. Ahora Danski tiene 61 y un velero que se llama Carolina.
Compró su barco hace 18 veranos, en un puerto de Suecia, cuando era poco más que un casco desconchado y sin demasiada esperanza de seguir surcando los mares. Pero navegar era su pasión, así que durante todos estos años se dedicó a restaurarlo con poco más que sus ganas, sus manos, las de algunos amigos y mucha ilusión. No sabe cuantas horas le dedicó a Carolina, no le interesa saberlo, nunca las contó, que tontería. Pero hace unos años dio por terminado el trabajo. Ahora solo realiza las labores de mantenimiento que Carolina exige tras los duros inviernos. Aunque Danski ya no puede navegar – dos operaciones de corazón lo tienen anclado al puerto de Mariehamn, en la mayor de las islas Äland, cerca del hospital y de su médico- no quiere ni oír hablar de alquilar su barco a otros. Tampoco vive en él, pero pasa allí muchas horas con su perro, que también tiene su propio espacio en el velero, y a veces, cuando el mar se descongela y el tiempo lo permite, se va con su compañera a vagabundear entre las islas del archipiélago. Los días son largos entonces, la luz no acaba de ponerse nunca y siempre descubren un islote nuevo en el que no estuvieron antes.
Emocionado ante el interés y el entusiasmo, saca un album de fotos con imágenes del proceso de restauración de Carolina, para poco después acompañarnos en un tour guiado por los camarotes, la cocina-comedor, los baños, incluso la coqueta e inevitable sauna (inevitable recordar que esto es Finlandia, aunque sean medio suecos) con una ventana en el techo para dejar pasar la luz y poder ver las estrellas mientras suda. Luego vamos al puente y allí, tras el compás, está la típica chapa metálica que, en inglés, afirma: nobody’s perfect, except the captain. Aunque él confiesa que no es capitán.
No sé en qué trabajó antes de convertirse en un lobo de mar amarrado a su puerto, ni hubo tiempo para más preguntas. Algunos de mis compañeros de viaje, periodistas también, le habían tomado unas fotos al llegar al puerto, por que en verdad era un retrato ideal para aquel paisaje de veleros y casas de madera, pero creo recordar que apenas un par nos quedamos a escuchar su historia. Una vez acabado el safari fotográfico por el puerto nuestra guía nos llamó, había que irse. Me despedí de Danski con un fuerte apretón de manos y le dije que no solo tenía un barco precioso, con un nombre hermoso, sino una bella historia que contar y un sueño que había convertido en realidad con mucho esfuerzo, mucho más de lo que muchos podían decir. Sonrió y dijo: Thanks for listen an old man. Nos despedimos, yo con la sensación de que pese a no poder alejarse demasiado de su puerto Danski es un hombre feliz. Eso, al menos, decía su sonrisa.
El tipo de la fotografía se llama Dan Sjomerg (eso escribió con su ininteligible letra en mi libreta), aunque todo el mundo le conoce como Danski. El apodo se lo puso un marinero danés que conoció cuando él tenía sólo 6 años y muchas ganas de aprender a hablar la lengua de aquel hombre barbudo que lo había dejado alucinado. Ahora Danski tiene 61 y un velero que se llama Carolina.
Compró su barco hace 18 veranos, en un puerto de Suecia, cuando era poco más que un casco desconchado y sin demasiada esperanza de seguir surcando los mares. Pero navegar era su pasión, así que durante todos estos años se dedicó a restaurarlo con poco más que sus ganas, sus manos, las de algunos amigos y mucha ilusión. No sabe cuantas horas le dedicó a Carolina, no le interesa saberlo, nunca las contó, que tontería. Pero hace unos años dio por terminado el trabajo. Ahora solo realiza las labores de mantenimiento que Carolina exige tras los duros inviernos. Aunque Danski ya no puede navegar – dos operaciones de corazón lo tienen anclado al puerto de Mariehamn, en la mayor de las islas Äland, cerca del hospital y de su médico- no quiere ni oír hablar de alquilar su barco a otros. Tampoco vive en él, pero pasa allí muchas horas con su perro, que también tiene su propio espacio en el velero, y a veces, cuando el mar se descongela y el tiempo lo permite, se va con su compañera a vagabundear entre las islas del archipiélago. Los días son largos entonces, la luz no acaba de ponerse nunca y siempre descubren un islote nuevo en el que no estuvieron antes.
Emocionado ante el interés y el entusiasmo, saca un album de fotos con imágenes del proceso de restauración de Carolina, para poco después acompañarnos en un tour guiado por los camarotes, la cocina-comedor, los baños, incluso la coqueta e inevitable sauna (inevitable recordar que esto es Finlandia, aunque sean medio suecos) con una ventana en el techo para dejar pasar la luz y poder ver las estrellas mientras suda. Luego vamos al puente y allí, tras el compás, está la típica chapa metálica que, en inglés, afirma: nobody’s perfect, except the captain. Aunque él confiesa que no es capitán.
Carolina, Mariehamn, islas Aland. Foto ©Maribel Herruzo |
Islas Aland. Foto © Maribel Herruzo |
No hay comentarios:
Publicar un comentario